Barack Obama tomó posesión el 20 de enero como el cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos. Es un hecho histórico, no sólo porque es el primer mandatario de origen afroamericano en la nación vecina, sino también porque su llegada a la Casa Blanca pone término al periodo trágico de la que ha sido, según la propia ciudadanía, la peor administración presidencial en la historia de ese país.
La trayectoria de Obama permite suponer que con él llegarán a la Casa Blanca acentos de sensibilidad humana y social, de respeto a las otras naciones, de tolerancia, de aprecio por la educación, la ciencia y la cultura, de realismo y de sentido político, atributos que durante ocho años han estado ausentes del Poder Ejecutivo en Washington.
La figura del demócrata es vista actuales como la clave para la recuperación económica, para la paz en Medio Oriente y otras regiones, para el desarrollo y la integración social, para la reformulación de los términos que rigen los intercambios financieros y culturales, para reducir la pobreza, para resolver el problema de la criminalización de los flujos migratorios y para muchos otros asuntos conflictivos del panorama estadunidense y mundial.
Para el nuevo mandatario esta carga de esperanzas y expectativas desmesuradas constituye, más que un factor de fuerza, un serio peligro, en la medida en que hace prácticamente inevitable una cadena de frustraciones y desencantos, tan variada como los anhelos colectivos e individuales asociados a su persona. Estados Unidos seguirá siendo, previsiblemente, un país imperialista y se mantendrá fiel a la lógica depredadora que caracteriza su historia. Otro hecho a tener en cuenta es que el poder hegemónico estadunidense tiene una proyección mundial casi siempre ominosa, no pocas veces sangrienta, y excepcionalmente, positiva; ello significa que Washington posee sobrada capacidad para crear o agravar problemas de fondo fuera de su territorio, pero casi nunca dispone del poder para resolverlos, ni siquiera cuando para ello pone en juego la voluntad gubernamental.
Todo hace pensar que en diversos aspectos se avecina un cambio de rumbo en el país vecino y que, bajo la dirección del demócrata, su gobierno será menos dañino hacia el exterior y puede ser que hasta positivo para el ámbito interno. Pero no se puede adivinar el ritmo y la profundidad de los cambios, y es pertinente, por ello, moderar las esperanzas.
La trayectoria de Obama permite suponer que con él llegarán a la Casa Blanca acentos de sensibilidad humana y social, de respeto a las otras naciones, de tolerancia, de aprecio por la educación, la ciencia y la cultura, de realismo y de sentido político, atributos que durante ocho años han estado ausentes del Poder Ejecutivo en Washington.
La figura del demócrata es vista actuales como la clave para la recuperación económica, para la paz en Medio Oriente y otras regiones, para el desarrollo y la integración social, para la reformulación de los términos que rigen los intercambios financieros y culturales, para reducir la pobreza, para resolver el problema de la criminalización de los flujos migratorios y para muchos otros asuntos conflictivos del panorama estadunidense y mundial.
Para el nuevo mandatario esta carga de esperanzas y expectativas desmesuradas constituye, más que un factor de fuerza, un serio peligro, en la medida en que hace prácticamente inevitable una cadena de frustraciones y desencantos, tan variada como los anhelos colectivos e individuales asociados a su persona. Estados Unidos seguirá siendo, previsiblemente, un país imperialista y se mantendrá fiel a la lógica depredadora que caracteriza su historia. Otro hecho a tener en cuenta es que el poder hegemónico estadunidense tiene una proyección mundial casi siempre ominosa, no pocas veces sangrienta, y excepcionalmente, positiva; ello significa que Washington posee sobrada capacidad para crear o agravar problemas de fondo fuera de su territorio, pero casi nunca dispone del poder para resolverlos, ni siquiera cuando para ello pone en juego la voluntad gubernamental.
Todo hace pensar que en diversos aspectos se avecina un cambio de rumbo en el país vecino y que, bajo la dirección del demócrata, su gobierno será menos dañino hacia el exterior y puede ser que hasta positivo para el ámbito interno. Pero no se puede adivinar el ritmo y la profundidad de los cambios, y es pertinente, por ello, moderar las esperanzas.